Virus y Muerte



Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago expecionalemte bien.
Lo hago tan bien que parece un infierno.
Lo hago tan bien que parece real.
Supongo que podría decirse que tengo vocación
-Sylvia Plath


Mucho se está hablando y haciendo con respecto al COVID-19 un virus altamente contagioso (5 veces mas que la gripe) y en algunos casos altamente letal. No hablaré de desinformación o ineficacia, ni de como trabaja este virus ni como afecta casi de manera impecable sistemas inmunológico deteriorados; tampoco hablaré de como los estados-nación están embobados jugando cual T.E.G a 1984 versión Black Mirror; ni mucho menos como oportunistas humanistas psuedo-anarquistas aprovechan a dar cátedra de apoyo mutuo, solidaridad o autogestión; obvio, tampoco hablaré de los ciudadanos comunes y corrientes, y sus llamados a la responsabilidad y a quedarse en casa: su civismo habla por si solo; tampoco voy a hablar de prevención, cuidados, consejos, política o mierda por el estilo. Quizás mencione algo de todo esto pero no profundamente. Hablaré de otra cosa.
Voy a hablar de la muerte.
Si hay algo que trae consigo el Coronavirus es la posible muerte. Pero su ofrenda no parece importar mucho a los humanos, es más importante no contagiarse y quedarse en casa esperando que todo vuelva a la normalidad; al parecer se olvidan que viven porque alguna vez van a morir. Podrán decir que, esto del virus y la muerte, es una cuestión lógica o que ya esta sobreentendido y por eso no lo resaltan.
Convengamos o no, pero todo el mundo hace lo que le dicen, y sobre todo su gobernante de turno y sobre todo su gobernante de toda la vida: la televisión. Pero de la muerte muy poco, solo números que suman a estadísticas: 475 muertos en Italia en un solo día. Y esto es poco para algo tan grande. ¿Por qué es poco? Porque cualquiera que haya vivido aunque sea un poco sabe que la muerte es especial, que ella representa el momento cúlmine de la vida, que es el único y verdadero fin -la única meta que tiene la vida- que conoceremos pero que nunca sabremos.
La muerte es estremecedora para cualquiera, incluso lo fue para quienes han decidido enfrentarla con cabeza en alto, una soga en el cuello o una bala en la cabeza; incluso para los antiguos guerreros de los pueblos originarios la muerte y la posibilidad de ella era motivo de inquietud. Danzas, rituales, ofrendas a la Tierra, a Dioses, Fuerzas o Espíritus se practicaban cuando se iba a la caza o a la guerra, y no solo para un retorno a salvo o para la victoria sino muchas veces para llenarse de energía, valor y coraje para lo que estaba por venir.
Hoy una pandemia se esparce por el mundo y atormenta al humano, y
sinceramente, me da igual que la gente se muera ahora, ya – en algún
momento ocurrirá. Sufriré si les pasa a los míos (que son los menos que menos) pero estos no son “la gente” y repito, lo sé, algún día morirán. De hecho, poco me importa contraer el virus, incluso si lo tuviera haría lo posible por esparcirlo por doquier. Estas no son palabras para explicar mi misantropía, pero, por ejemplo bien sabe de extermino el humano blanco, occidental y cristiano, y sobre todo en estas tierras.
El punto a todo esto es que una vez más me tienen. Estoy prácticamente encerrado en una ciudad, lejos del río, del bosque, de la montaña, y no solo eso, estoy prácticamente encerrado en una casa casi sin poder salir y moverme por las calles y hacer mis cosas; encerrado con el riesgo de salir y toparme con vigilantes uniformados o con los más repugnantes: los ciudadanos. Pienso en el encierro involuntario de salvajes animales o criminales sin suerte y pienso: que aburrida se torna la vida en el encierro, que triste morir así.
Y es obvio que el llamado a quedarse en casa por parte del padre estado es replicado por los comunes y corrientes componentes de la sociedad. Para estos no es problema quedarse en sus casas tranquilos y seguros; ni hablar de quienes tienen su mini-ciudad en sus mansiones; incluso los que no tienen nada obedecen la cuarentena como obedecen a su vana esperanza; y los de entremedio, los que a veces tienen y a veces no, también hablan e invocan responsabilidad, conciencia y humana moral. Toda estos millones de humanos son los que temen por sus vidas y que paradoja, como si sus vidas comiendo mierda, cagando, trabajando y trabajando, arreglándose los dientes, viniendo a vacacionar a estas tierras, y así todo los años representara vivir. ¿Aún tiene ganas de eso? ¿Van a esperar el permiso de su domesticador más semejante para volver a su mierda de vida? Se ve que sí, se ve que aun aspiran a ascender en el trabajo, terminar la universidad, comprar un 0km, un terreno, una casa, vacaciones en Europa, hijos… ¿Para eso es la cuarentena, no? Yo preferiría morir.
Yo prefiero la muerte al control, a la seguridad, a la responsabilidad,
al amor y conciencia humana. No acepto ningún otro llamado que no sea lo Salvaje, lo Desconocido, el Caos. Es decir, el impulso vital a respirar aire fresco, mirar las estrellas, a correar hasta el cansancio por campo traviesa; a molestar y perturbar el orden publico, saquear, romper, quemar todo lo que impide la plenitud de los impulsos primeros. ¿Y porque no cargarse algún humano?
¿Le tienen miedo a morir?
Además de muerte, ante todo, el Coronavirus es el reflejo de la
insignificancia del humano, también es reflejo intrínseco del progreso
industrial que nos automatiza; de la tecnología que nos robotiza; la
civilización que nos educa y domestica; y sobre todo de la humanidad
que nos iguala en lo común, lo símil, lejos de lo distinto, lo peculiar.
Y sí, la humanidad le teme a lo que justamente la hace vivir: la muerte.
Y el humano se quedará en casa, lo hará incluso sabiendo que va a morir; el civilizado elegirá no impulsarse a -al menos- vivir lo que no ha vivido; el domesticado obedecerá y hará lo que le dice su dueño y además dirá que es por su propia voluntad; lo hará para no morir.
Pero algunas desquiciadas desafiaremos esto y todo “control humano”; eligiendo mínimamente como queremos o nos gustaría morir. Algunos indómitos encontraremos la forma de salir (al menos en la noche) a jugar; algunas salvajes engendraremos el caos, estaremos al acecho de algún saqueo, a las ordenes del fuego consumidor, expectantes al descontrol, para romper, robar, bailar sobre autos dado vueltas; hiriendo y si es necesario -siempre lo es- matando a quien no los impida. Esa es nuestra naturaleza salvaje guerrera, así siempre fue.
El COVID-19 porta con sigo la muerte y a nosotras esas partículas nos sobran. Nosotros ¡y que nos pongan el nombre que quieran! llevamos un mundo virus en nuestros corazones.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario